Nevados de Ecuador y Quito Colonial, Ángel N. Bedoya Maruri, 1976

El “Volcán de Cayambe” (Vues des Cordillères et monumens des peuples indigènes de l'Amérique, lámina XLII)
El Cayambé (con acento agudo en la vocal e) es la cima más elevada de las cordilleras, después del Chimborazo, y su altura se ha calculado con alguna precisión, Bouguer y La Condamine le asignan 5.901 m. determinación confirmada por mediciones que yo he tomado en el Ejido de Quito, para observar la marcha de las refracciones terrestres a diferentes horas del día. Los académicos franceses llaman a esta montaña colosal Cayambur en lugar Cayambé Urcu que es su verdadero nombre. La voz urcu quiere decir montaña en quechua, como tepetl en mejicano y gua en muisca. Este error se encuentra en la mayoría de las obras que presentan el cuadro de las principales alturas del globo.
El Cayambé tiene la figura de un cono truncado, que recuerda el nevado de Tolima y es la más bella y majestuosa cúspide de cuantas rodean, cubierta de nieves perpetuas, la ciudad de Quito. Cuando, a la puesta del sol, el volcán de Guagua Pichincha, situado al oeste hacia el mar del Sur, proyecta su sombra sobre la vasta llanura que forma el primer plano del paisaje, el espectáculo es digno de admiración por su encanto. El llano, tapizado de gramíneas, no tiene árboles; sólo se ven algunas barnadesia, duranta, beriberis y hermosas calceolarias, que casi exclusivamente pertenecen al hemisferio austral y región occidental de América.
Distinguidos artistas del norte han dado a conocer la cascada del río Kiro cerca de la aldea de Yervenkyle en Laponia, por donde pasa el círculo polar según observaciones de Maupertuis y Swambberg. El Ecuador atraviesa la cima del Cayambe: que puede considerarse como uno de esos monumentos eternos por medio de los cuales ha señalado la naturaleza las grandes divisiones del globo terrestre.
Viaje a Través de los Majestuosos Andes de Ecuador, Edward Whymper

Dibujo de Edward Whymper, Cayambe desde el Oeste
El Cayambe termina en tres cúpulas o jibas, envueltas todas en glaciares cubiertos de nieve. La roca visible en la parte alta del lado occidental es un pequeño risco; a unos 800 pies por debajo de la más septentrional de estas tres cumbres, y que está coronado por un casquete de hielo seccionado verticalmente. El examen de esta montaña desde gran distancia, nos demostró que la cúpula central era la más alta. Se elevaba al N. E. de la Punta Jarrín, y parecía más o menos accesible, aunque decorada con cornisas colgantes y rodeada de grandes fisuras. La ruta acordada se inclinaba 20 grados al N. E. en la primera parte del camino sobre el glaciar inferior; y de ahí tomaríamos al S., dirigiéndonos en línea recta hacia la cumbre, una vez vencidas las quiebras de la cabecera de la catarata de hielo. Para economizar tiempo, al día siguiente ordené cortar escalones en el hielo liso del glaciar, en el sitio en que se unía a la Punta Jarrín, y durante la tarde llevamos provisiones comestibles y los instrumentos al borde del hielo.
El 4 de abril salimos de la tienda a las 4.40 a.m. y caminamos con las linternas hasta la cima de la Punta Jarrín. La mañana era hermosa y clara, y podíamos ver casi todas las montañas de que he hablado hasta aquí. Después de atravesar una parte del glaciar llana y fácil, nos vimos rodeados de un complicado laberinto de fisuras cubiertas de nieve, en la cabecera de la catarata del glaciar Espinosa (Glaciar Hermoso), por las que habíamos de andar con cautela. Seguían declives de moderada inclinación, y después de ellos entramos en un gran plano sobre el que gastamos tres cuartos de hora de una marcha regular para atravesarlo, y lo llamamos "La Gran Meseta". Los declives, después, se volvían más escabrosos, con raras fisuras grandes y descubiertas, y numerosas ocultas, más rápidas aún cerca de la cumbre, a la que llegamos poco después de las 10 a.m.
Pronto la niebla principió a formarse y condensarse debajo de nosotros, y nos apresuramos en obtener una visión completa de la cima. A las 9.30 a.m., cuando nos hallábamos a muy corta distancia debajo del punto más elevado, nos vio con claridad un tropel de gente que se había congregado en la plaza del pueblo; pero, después de pocos minutos, las nubes nos ocultaron, y no salimos de ellas hasta el fin del día.
La verdadera cumbre de Cayambe es una cresta que corre de N. a S., y que está cubierta de glaciar, por completo. Su altura, deducida del término medio de las dos observaciones del barómetro mercurial, a las 10:45 y a las 11 a.m., es de 19,186 pies, viniendo a ser, por lo tanto el cuarto en elevación, entre los altos Andes del Ecuador. La cima septentrional es, de las otras dos, la más alta y es casi inaccesible, rodeada por gigantescas quiebras, y coronada por cornisas acopetadas. La central o verdadera cima, presentaba menos dificultades, aunque era de muy fácil acceso; fue una fortuna encontrar un puente de hielo en la fisura más alta y en el lugar preciso en que había una ruptura en la cornisa coronal.
Los glaciares parten en todas direcciones de la cumbre del Cayambe, de manera rara vez vista en las cimas de las montañas. Creo, por las enormes grietas que circundaban las tres cúpulas de la cima por todos lados, que, a una distancia no muy grande debajo de la superficie, hay varios pináculos, como aquellos que forman las cumbres del Illiniza y del Sincholagua. Las personas familiarizadas con las eminencias cubiertas de glaciar pueden comprender sin necesidad de que yo lo diga, que una pequeña disminución en el espesor del hielo superpuesto puede volver inaccesible la cumbre de esta montaña.
Durante los 83 minutos que permanecimos en la cima, la temperatura fluctuó entre 32 y 41 grados Faht. Cuando llegamos, el viento era tenue, sin marcada dirección; reforzó conforme avanzaba el día, y poco después de las 11 a.m. soplaba, silbando, del E., y nosotros tuvimos que retirarnos. La parte superior de esta montaña era un campo de batalla de los vientos: en varias ocasiones, durante los quince días siguientes cuando acampábamos al S., vimos sus esfuerzos por obtener la victoria; si vencía el viento del E., toda la montaña quedaba invisible; pero si, como sucedía algunas veces, prevalecía un viento del N. 0., quedaba visible todo el lado occidental, y aún todo el resto de ella.
Era todavía muy temprano y nos desviamos hacia el N. con el objeto de recoger muestras de las rocas más altas; y, entonces, como la niebla era densa, proseguimos nuestro camino con gran cautela; tentábamos el piso casi a cada paso, pues la nieve se hacía cada vez más suave, y, arrastrándonos sobre las manos y las orillas a través de los puentes carcomidos, llegamos al campamento a las 3.40 p.m.