Viaje a Través de los Majestuosos Andes de Ecuador, Edward Whymper

Saraurco, conquistado por Edward Whymper en 1880
Abril 17. Ascensión al Sara-urcu. Salimos del Corredor Machay a las 5:30 a.m. Había niebla. Cruzamos, como antes, el valle inclinándonos un poco a N. E. La lluvia cayó desde las 6 hasta las 8 a.m. Pasamos por el abandonado campamento a las 8.55, tomando hacia el E., rodeando los declives del lomo que limita el lado S. del glaciar grande procedente de nuestra montaña, pasamos por la base de un pequeño glaciar lateral, y principiamos a marchar sobre el hielo a las 10.50 a.m. Nos atamos la cuerda. No podíamos ver a cien yardas de distancia en ninguna dirección. Caminábamos hacia el E.S.E.
La cima del Sara-urcu, según la vista que obtuvimos la víspera, debía encontrarse casi al E. exacto del Corredor Machay, y supusimos por lo tanto que una ruta al E.S.E. nos llevaría con dirección a ella. El regreso, guiados solo por la brújula, habría sido más difícil. No habríamos tenido aprensión de perdernos sobre tierra, sobre nieve o sobre glaciar si no hubieran habido grandes probabilidades que nuestras huellas se borrasen enseguida: y podría haber sido necesario salir del glaciar por el mismo punto o por donde subimos a él. No era, de ningún modo, seguro que pudiésemos hacerlo confiando solo en la brújula, pues es imposible mantener una sola dirección; hay que cambiarla a cada minuto, habiendo de marchar sobre un glaciar resquebrajado.
Luis llevó, pues, una gran cantidad de juncos, cortados a cuatro pies de su tope, para colocarlos como guías sobre el glaciar y plantaba uno de ellos cuando iba a perderse de vista el anterior. Este procedimiento retrasaba nuestra marcha, pero, nos permitía proceder con gran confianza. Subimos siempre, cruzando muchas quiebras, y cuando nos encontramos a unos 15.000 pies de altura, emergimos de súbito de la niebla, encontrándonos frente a frente al picacho nevado que creíamos la cima; detrás de él, una muralla de nieve conducía a la verdadera cúspide.
Caminamos con grandes precauciones a lo largo de la frágil arista, tan aguda como la cima de un tejado, y a la 1.30 p.m. llegamos a la cumbre del Sara-urcu, maravilla de las maravillas, con un cielo azul sobre nosotros. La cima era una despedazada cresta de gneis, salpicada con fragmentos de cuarzo y micacita, semejantes a los del Corredor Machay, y sin señal alguna de vegetación. Prevalecían las condiciones atmosféricas usuales. El Cayambe y todo lo demás estaba oculto por insondable e impenetrable niebla, quedando la vista limitada a unos pocos cientos de yardas alrededor de la cumbre, rodeada de glaciares en todas direcciones. La temperatura subía o bajaba conforme llegaban o no resoplidos de aire de la gran caldera del E. El barómetro se mantuvo a 17,230 pulgadas, siendo así evidente que el Sara-urcu no es el quinto de los Andes del Ecuador, y es, sin duda, de menor altura que muchos de los cerros menores que habíamos ascendido.
Sorprendidos por la oscuridad antes de que pudiéramos llegar al Corredor Machay, tuvimos que pasar otra noche miserable en la estación superior. El 18 descendimos, huyendo con tanta rapidez como nos era posible. Después de los juncos, el rasgo botánico más sobresaliente del valle en donde estaba situado el “Refugio del Cazador”, es la manera extraordinaria como están cargadas, casi ahogadas por el liquen Usnea barbata, Fries, las ramas de los árboles que allí se encuentran…
Revista Campo Abierto No. 15, autores Jack Bermeo y Jorge Larrea, 1992

Saraurco, primera conquista ecuatoriana en 1955
De estatura medía, recia contextura con voz ronca y altisonante, era un conversador innato, lleno de anécdotas: las de terror monopolizaban la atención, las cómicas causaban hilaridad. Esta alegre y optimista personalidad, con tantas experiencias en su vida era nuestro compañero, el querido "viejo" Miguel Angel Quijano, nombre bien puesto, Angel, porque tenía el alma blanca. Trabajaba en Cayambe; pero se daba maneras para asistir a las reuniones semanales de Nuevos Horizontes. Conocía mucho de la selva oriental y siempre tuvo una obsesión que al fin la expresó en el seno de nuestra agrupación: ascender al Saraurco.
Lo tenía todo planeado; su entusiasmo nos convenció y resolvimos ir a la montaña en el feriado de noviembre, en este caso, del año 1955.
Una semana antes de la fecha fijada para realizar la expedición, Miguel Angel contrató en Cayambe guías, porteadores y acémilas para el acercamiento. Fue así como el 28 de octubre, muy por la mañana, el grupo expedicionario partió del local de la agrupación en los jeeps de Jack Bermeo y de Joaquín Borja hasta la hacienda el Hato, ubicada en las inmediaciones de Cayambe, donde los porteadores cargaron nuestro equipo sobre las acémilas, saliendo con rumbo al oriente a eso de las 9h30. Caminamos hasta el atardecer y montamos nuestro primer campamento en un rastrojo de trigo donde aprovechamos la paja para ablandar el piso.
Al día siguiente, sábado 29, nos esperaba una larga jornada. Nos levantamos muy temprano; pero Paco Tobar García, metido en su funda, dormía plácidamente ajeno a nuestros movimientos. No faltó el buen humor: Jack colocó en el piso próximo a la cara de Paco una perfecta imitación en caucho de estiércol humano a la que mojó con agua caliente y humeante para darle más realismo... Paco, Paco, despierta, le dijeron, moviéndole del hombro. Ya pueden imaginar las blasfemias que gritaba cuando abrió sus ojos y vio eso tan cerca de sus narices. Mientras más insultaba, más carcajadas nos producía, la cólera de Paco iba tomando caracteres serios hasta que Jack retiró la imitación y la guardó en su mochila, ante la sorpresa de nuestro enfurecido amigo.
Después de un buen desayuno, iniciamos la marcha a las seis de la mañana con dirección a la choza que había construido un "gringo" buscador de oro, en plena selva, a la que llegamos al atardecer. Allí acampamos sin mayor novedad. Al día siguiente cargamos nuestro equipo con la ayuda de los porteadores, porque las acémilas no podían continuar. Después de un largo camino selvático, descendimos al rio Volteado, el mismo que lo cruzamos varias veces; el camino estaba cubierto de "espadaña", yerba de hojas largas y delgadas con bordes silicosos y cortantes, alimento preferido de la danta (tapir), como nuestra costumbre era caminar en short, resultamos con muchos cortes en las piernas. Después de cruzar una extensa playa subimos hasta el "machay" grande, lugar al que llegamos cerca de las 16h00. Los guías y porteadores se acomodaron en la cueva, nosotros adecuamos un sitio para parar la carpa grande de Manuel Yánez. Joaquín se encargó de preparar la típica colada de máchica, que recién a la tercera intentona le salió en debida forma ya que en las dos primeras se le quemó por estar más atento a la conversación que a la cocina. El lunes 31, el grupo de andinistas integrado por Jack Bermeo, Jorge Ponce Herrman, Joaquín Borja, Jorge Larrea, Oswaldo Mantilla, Manuel Yánez, José Punina, Francisco Tobar, Alfonso Mera, Eduardo Parra, Ignacio Schrekcinger y Miguel Angel Quijano, jefe de la expedición, partimos rumbo a la montaña.
Al llegar a la base del nevado, Eduardo Parra decidió quedarse para tomar fotografías y regresar luego al campamento que estaba a la vista. Como se nos informó que el Saraurco no tenía nieve, algunos compañeros no trajeron sus crampones, lo que obligó a que nos dividiéramos en dos grupos para superar el glaciar.
El primer grupo llegó a la cumbre a las 12h15 y dejó en ella un mensaje, dentro de una botella de vidrio, como constancia de la ascensión que era la segunda a esta cumbre, después de la de Whymper realizada en 1880. Bautizamos a esta cumbre de 4710 m como "Nuevos Horizontes"; "Asunción" el pico sur y "Quijano" al occidental.
Una vez que el primer grupo logró la cumbre, descendimos y prestamos nuestros crampones y anteojos para nieve a los que se quedaron, pero aun así faltaron recursos para Paco, quien llorando decía que en su vida ha tenido dos decepciones: la primera, cuando se casó su novia y la segunda, esta, no haber traído equipo para ascender al Saraurco. Ante esta situación, Joaquín, que hizo de guía del segundo grupo, subió por tercera vez acompañando a nuestro querido amigo Paco, quien mientras ascendía iba cantando su consabida canción:
Es por las piernas de Dolores que los señores no pueden dormir.
Al regresar al campamento, a eso de las 16h30, nos enumeramos y para sorpresa nuestra nos dimos cuenta que faltaba Eduardo Parra, por lo que decidimos volver inmediatamente a la montaña, distribuyéndonos en grupos para dar mayor cobertura. Con los últimos rayos del sol y cuando habíamos subido las cuchillas más altas, Eduardo respondió a nuestros gritos desde otra cuchilla muy lejana, donde pudimos verle parado sobre una roca grande.
Rápidamente descendimos la enorme quebrada formada por el arrastre de los glaciares. Antes de que oscurezca y cuando nos juntamos a él, lloraba de emoción y nos decía que cuando se sintió perdido, sabía que sus compañeros volveríamos en su ayuda. Eduardo, inteligentemente, en vez de descender, ascendió y se colocó sobre esa alta roca para que pudiéramos divisarle. Si por el contrario, hubiese descendido hacia la selva, es posible que hoy día no contáramos con él.
Al anochecer volvimos al campamento y al siguiente día retornamos hasta la choza del gringo a donde llegamos con gran ilusión, porque con mucha previsión, dejamos para el regreso una buena porción de papas para cocinarlas y una sabrosa torta, para festejar el éxito que intuíamos iba a tener nuestra expedición, pero era tanta el hambre que nos pareció sabor a poco.
El miércoles 2, ya nos sentíamos hartos de la montaña, decidimos regresar en una sola jornada hasta El Hato, donde dejamos los vehículos. La caminata fue dura y larga; Oswaldo Mantilla no podía más y tuvimos que turnarnos para darle apoyo y prácticamente cargarlo sobre nuestros hombros.
Los guías y los porteadores comentaban asombrados sobre nuestra capacidad. Los guías se llamaban: José Caguango, Reynaldo Chicaiza y José Antonio Velásquez, y los porteadores: Virgilio Jiménez, Rafael Rivera. Luis Landeta y Esteban Sarche; es decir, que la expedición estaba integrada por 12 andinistas de Nuevos Horizontes y 7 entre guías y porteadores, o sea un total de 19 personas.
Antes del regreso a Quito nos festejamos en Cayambe con unas cervezas y una buena comida, satisfechos por el éxito alcanzado por nuestro club y por el compañerismo y amistad solidaria compartida entre todos durante esta inolvidable expedición.
Valga esta oportunidad para expresar una vez más nuestro pesar por la desaparición de los queridos y recordados compañeros Miguel Angel Quijano, Oswaldo Mantilla e Ignacio Schrekcinger.